«DEPREDADORES DE BARRIO» - Javier Serrano

DEPREDADORES DE BARRIO


… esta mañana me he topado en mi barrio con un par de carteles pegados en sendas farolas: «se busca una niña pequeña desaparecida», y debajo había una foto de la criatura, una cría china. El cartel añadía «Hoy», sin que esto arrojara ninguna pista. Me pareció un cartel turbador y a punto estuve de hacerle una foto con el móvil, pero un pudor impreciso me impidió hacerlo. Luego, en el noticiario de la televisión, volví a saber del asunto. Era, al menos, la segunda vez que pasaba. Recordé que tiempo atrás también tuve noticia de la primera desaparición, en parecidas circunstancias: una niña desaparece misteriosamente y luego vuelve a aparecer, horas después, duchada o bañada, en un lugar no demasiado alejado y con signos de haber sido narcotizada y luego haber sufrido algún abuso sexual. La policía asegura que el cerco se va estrechando y ya trabaja con el retrato-robot del pederasta. Tres son los perfiles sospechosos que maneja: 1) un hombre alto, delgado y con el pelo canoso; 2) un hombre bajo, un poco grueso, con acento latinoamericano, calvo o con el pelo muy corto; y 3) un hombre de estatura media y con acento del Este. A la espera de saber algo más, el hecho es que el depredador sigue suelto por el barrio, y uno no puede evitar fijarse en los hombres con que se cruza, para ver si son delgados, gruesos, altos, bajos, calvos o con el pelo gris, y si tienen o no acento sudamericano o del Este…

EL INCREÍBLE H.U.L. - I FESTIVAL DE MICROEDICIÓN Y LUCHA LIBRE

Este sábado 21 de junio tendrá lugar el increíble H.U.L., el I Festival de Microedición y Lucha Libre. Será en Madrid, en el Campo de la Cebada (metro Latina), de 12 a 22 h. Combinará stands de pequeñas editoriales y un espectáculo de lucha libre. Libros y hostias por doquier.

Más información aquí.


«EL PROPIETARIO» - RAFAEL BARRETT

... cuento extraído del libro Y el muerto nadó tres días, de Rafael Barrett, editado por Libros de Itaca (www.librosdeitaca.com)...

EL PROPIETARIO
(cuento inocente)

Pedro y Juan vivían en una isla. La isla era un campo de trigo entre rocas. Pedro era el dueño del campo, porque tenía una escopeta de dos caños, y Juan, no.
Pedro no sabía arar, sembrar, segar ni trillar. Como era bueno, le dijo a Juan:
—Te permito entrar en mi campo, y te daré de comer si me lo aras, siembras, siegas y trillas. No quiero que mueras de hambre, y además debemos cultivar la tierra. El trabajo es padre de todas las virtudes.
Juan, que estaba sobre las rocas, desnudo y llorando, aceptó agradecido.
Y el campo fructificó, y Pedro obtuvo magníficas cosechas, porque Juan era fuerte como una yunta de bueyes. Llegaron a la isla buques que llevaban el grano y traían golosinas, vinos, telas preciosas, oro y alhajas. A veces cruces y condecoraciones. También venía de cuando en cuando alguna bella mujer, de rostro cándido y purísimos ojos. El salario de Juan era un panecillo.
Pasaron los años. Pedro se hacía más rico; Juan, más viejo. De pronto los barcos escasearon sus visitas. El trigo empezó a sobrar en la isla.
—El negocio va mal —le dijo Pedro a Juan una mañana—. No puedo darte más que medio panecillo desde hoy.
Juan calló. Pedro tenía su escopeta.
Pasaron los meses. Juan enflaquecía. El grano se amontonaba en la llanura. Más allá estaba el mar.
Al fin no se divisó ninguna vela. La isla rebosaba de trigo inútil.
—El negocio fracasó del todo —le dijo Pedro a Juan—. No sé qué hacer del trigo. No puedo ya darte nada. Lo siento, porque soy bueno. ¡Vete!
Pedro tenía su escopeta.
Juan se alejó lentamente hacia el mar.

«GUMMO» - HARMONY KORINE

Publicado en larepublicacultural.es

Título original: Gummo
Director: Harmony Korine
Guión: Harmony Korine
Intérpretes: Linda Manz, Max Perlich, Jacob Reynolds, Chlöe Sevigny, Jacob Sewell, Nick Sutton, Lara Tosh, Carisa Bara
Fotografía: Jean-Yves Escoffier
Música: Randall Poster
Año: 1997
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Productora: Fine Line Features / Independent Pictures




Gummo se desarrolla en Xenia (Ohio), una pequeña localidad que ha sido asolada por un devastador tornado. Quizá por ello, en Xenia, en Gummo, todo es feo, sucio, viejo, roto, decadente… La película prescinde de un hilo argumental: el espectador se asoma a momentos, a veces aparentemente banales (todo lo banal que puede ser cualquier existencia), de la vida de los personajes, mientras escucha la voz en off, rugosa y triste, del narrador. El azar, en forma de accidente meteorológico, ha cambiado el destino de los protagonistas, acaso para siempre, ha hecho que la tristeza y el nihilismo se instale en sus baqueteados hogares; de ahí que todo en la película sea feo. Sus personajes también son feos, están enfermos, tienen taras físicas… Los actores (que salvo excepciones son no profesionales) son gordos o escuálidos, albinos, negros enanos, deficientes mentales…, y se interpretan a sí mismos, en situaciones espontáneas y diálogos improvisados. Coquetean con el mundo del crimen, la prostitución, el tráfico de drogas… Pertenecen a una clase obrera vapuleada que malvive en esas casas destrozadas por el tornado, llenas de muebles rotos y de objetos y de basura por doquier. Estos seres, procedentes de familias desestructuradas de adultos fracasados, buscan alguna caricia, un poco de belleza que les haga escapar de su mundo sombrío. La mayoría de ellos son jóvenes (los pocos adultos que aparecen o a los que se hace alusión son personajes fracasados por una razón u otra), niños o adolescentes descamisados que se drogan, follan lo que pueden, u ocasionalmente dan rienda suelta a la violencia que llevan dentro. Es como si de alguna manera el destino los abocara a un fracaso similar al de sus padres, de ahí el rictus serio de Salomon, el protagonista adolescente incapaz de sonreír durante toda la película, que parece haber vislumbrado ya de qué va la vida.
La película transpira violencia, ya sea como juego, en forma de armas de juguete o a puño desnudo, o en violentos y blasfemos diálogos que imitan el lenguaje de las películas; o como violencia real: abusos sexuales, racismo, homofobia… La muerte, como culminación de toda violencia, también está presente en Gummo, sobrevolando la vida de los personajes: así esos gatos que son aniquilados a lo largo de toda la película (y que a veces son torturados); las constantes referencias —con fragmentos nerviosos de vídeos de aficionados o de película de diferente metraje— al tornado que asoló la localidad y aniquiló animales pero también personas; en la confesión suicida de un personaje nihilista, en la eutanasia, o en ese componente autodestructivo que parece habitar en el alma de todos los habitantes de Xenia… Afortunadamente, también hay en Gummo conversaciones o confesiones llenas de ingenuidad, incluso ternura. Con la banda sonora de la cinta ocurre otro tanto, es capaz de alternar momentos de rock metalero con la voz edulcorada de Roy Orbison cantando Crying.
Como se ve, la América que refleja la película no es precisamente la que sale en el habitual cine de Hollywood, sino que es la América real, la América sórdida que padecen muchos de sus habitantes. A pesar de todo, y en medio de la miseria y la fealdad de esos barrios pobres de Nashville en que se rodó el filme, se hace cierto lo que dice la voz en off: «La vida es hermosa… Llena de hermosura e ilusión… Si no fuera por eso, estarías muerto».
La cinta alterna momentos realistas con otros de cierto tono surrealista. Contiene algunas secuencias memorables, como esa en que Salomon, el protagonista, hace pesas delante de un espejo al ritmo del Like a Prayer de Madonna, o esa otra que tiene lugar en una bañera llena de agua oscura, en un cuarto de baño cutrísimo, donde Salomon toma un baño al mismo tiempo que se come unos espagueti que su madre acaba de servirle.
Gummo se rodó a lo largo de cuatro semanas en el verano de 1996. Es eso que llaman una película de culto, uno de esos filmes cuyos rendidos admiradores acuden a ver cada vez que se proyectan en una sala de cine, y donde, al terminar la proyección, no faltan los aplausos. Cosechó algunos premios: Premio FIPRESCI, del Festival de Venecia (1997), o el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gijón (1998).


«EL CORTO VERANO DE LA ANARQUÍA. VIDA Y MUERTE DE DURRUTI» (y 6) - HANS MAGNUS ENZENSBERGER

Fragmento de la obra El corto verano de la anarquía.Vida y muerte de Durruti, de Hans Magnus Enzensberger, publicada por la Editorial Anagrama. 
Columna Durruti

(Pág. 237)

La leyenda recoge anécdotas, aventuras y secretos; busca lo que necesita y descarta lo que no le sirve; y de este modo obtiene una concordancia que defiende tenazmente. El enemigo, que se obstina en destruirla y «desenmascarar» al héroe, se estrella contra la consistencia de esas narraciones colectivas, contra su carácter consecuente y su densidad. La refutación científica de ciertos detalles afecta menos aun a la historia de un héroe. Esta inmunidad otorga al héroe una extraña influencia política, que incluso los más escaldados ajedrecistas de la política realista tienen que tomar en cuenta; no se opondrán a él, sino que tratarán más bien de explotar su autoridad, sobre todo cuando éste está muerto y no puede defenderse.
La dramaturgia de la leyenda heroica ya ha sido establecida en sus rasgos esenciales. Los orígenes del héroe son modestos. Se destaca de su anonimato como luchador individual ejemplar. Su gloria va unida a su valor, a su sinceridad y a su solidaridad. Sale airoso en situaciones desesperadas, en la persecución y en el exilio. Donde otros caen él siempre se escapa, como si fuera invulnerable. Sin embargo, sólo a través de su muerte completará su ser. Una muerte así siempre tiene algo de enigmático. En el fondo sólo puede explicarse por una traición. El fin del héroe parece un presagio, pero también una consumación. En este preciso instante se cristaliza la leyenda. Su entierro se convierte en manifestación. Se pone su nombre a las calles, su retrato aparece en las paredes y en los carteles políticos; se convierte en talismán. La victoria de su causa habría conducido a su canonización, lo que casi siempre equivale a decir al abuso y la traición. Así, también Durruti habría podido convertirse en un héroe oficial, en un héroe nacional. La derrota de la revolución lo preservó de este destino. Así siguió siendo lo que siempre fue: un héroe proletario, un defensor de los explotados, de los oprimidos y perseguidos. Pertenece a la antihistoria que no figura en los libros de texto. Su tumba se halla en los suburbios de Barcelona, a la sombra de una fábrica. Sobre la blanca losa siempre hay flores. Ningún escultor ha cincelado su nombre. Sólo quien se fije bien podrá leer lo que un desconocido raspó con una navaja y mala letra sobre la piedra: la palabra Durruti.


(pág. 258)

Es un mundo aparte, muy disperso geográficamente, y sin embargo estrecho: un mundo con sus propias reglas, su código de preferencias y aversiones, donde cada uno sabe lo que hace el otro, incluso cuando pasan años sin verse. Este mundo de los viejos compañeros no está exento de frustración y celos, de desavenencias y alienación, los estigmas de la emigración. El promedio de edad es alto; los rumores y novedades se difunden fácilmente y persisten con tenacidad; el recuerdo se ha solidificado hace tiempo; todos saben de memoria cuál fue su papel durante los años decisivos; también pagan su tributo a la obstinación y pérdida de la memoria típicas de la vejez.
Pero esta revolución vencida y envejecida no ha perdido su integridad. El anarquismo español, por el cual han luchado toda su vida estos hombres y estas mujeres, nunca ha sido una secta al margen de la sociedad, una moda intelectual ni un burgués «jugar con fuego». Fue un movimiento proletario de masas, y tienen menos que ver con el neoanarquismo de los grupos estudiantiles actuales, de lo que manifiestos y consignas hacen suponer. Estos octogenarios contemplan con sentimientos contradictorios el renacimiento que experimentaron sus ideas en el Mayo de París y en otras partes. Casi todos han trabajado toda la vida con sus manos. Muchos de ellos van aún hoy todos los días a las obras y a la fábrica. La mayoría trabaja en pequeñas empresas. Declaran con cierto orgullo que no dependen de nadie, que se ganan la vida por sí mismos; todos son expertos en su especialidad. Las consignas de la «sociedad del tiempo libre» y las utopías del ocio les son ajenas. En sus pequeñas viviendas no hay nada superfluo; no conocen la disipación ni el fetichismo del consumo. Sólo cuenta lo que puede usarse. Viven con una modestia que no los oprime. Ignoran tácitamente las normas del consumo, sin entrar en polémicas.
Las relaciones de los jóvenes con la cultura les inquieta. Les parece incomprensible el desprecio de los situacionistas hacia todo lo que huele a «ilustración». Para estos viejos trabajadores, la cultura es algo bueno. Esto no es nada sorprendente, ya que ellos conquistaron el abecedario con sangre y sudor. En sus pequeñas habitaciones oscuras no hay televisores, sino libros. Ni en sueños se les ocurriría arrojar el arte y la ciencia por la borda, aunque sean de origen burgués. Tampoco comprenden el analfabetismo de un «escenario» cuya conciencia está determinada por los cómics y la música rock. Omiten sin comentarios la liberación sexual, que copia al pie de la letra antiquísimas teorías anarquistas.
Estos revolucionarios de otros tiempos han envejecido, pero no parecen cansados. Ignoran lo que es la irreflexión. Su moral es silenciosa, pero no permite la ambigüedad. Están familiarizados con la violencia, pero miran con profunda desconfianza el gusto por la violencia. Son solitarios y desconfiados; pero una vez traspasado el umbral de su exilio, que nos separa de ellos, se abre un mundo de generosidad, hospitalidad y solidaridad. Cuando uno los conoce, se sorprende al comprobar cuán poca desorientación y amargura hay en ellos; mucho menos que en sus jóvenes visitantes. No son melancólicos. Su amabilidad es proletaria. Tienen la dignidad de las personas que nunca han capitulado. No tienen que agradecerle nada a nadie. Nadie los ha «patrocinado». No han aceptado nada, ni han gozado de becas. El bienestar no les interesa. Son incorruptibles. Su conciencia está intacta. No son fracasados. Su estado físico es excelente. No son hombres acabados ni neuróticos. No necesitan drogas. No se autocompadecen. No lamentan nada. Sus derrotas no los han desengañado. Saben que han cometido errores, pero no se vuelven atrás. Los viejos hombres de la revolución son más fuertes que el mundo que los sucedió.